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19 de octubre 2018

Luciano Chiconi

EL HIJO DEL FLETERO

Tiempo de lectura: 11 minutos

“-¡Tuve una pesadilla!

-Qué, ¿soñaste que volvía Martínez de Hoz?”

(Amigos son los amigos, Telefé, 1990)

 

Charly García sembró la cepa de la década con dos covers: Me siento mucho mejor y el Himno nacional argentino admiten palparse como la carta de intenciones elegida por el músico para alumbrar el pasaje político de la democracia de los derechos humanos a la democracia del consumo, ese paso inevitable que la sociedad estaba dando inclusive antes que la política (antes que la Convertibilidad). García produce estas dos canciones en el primer semestre de 1990, con la impronta de un chamán civil que busca exorcizar los fantasmas que deja el cadáver todavía caliente de la primera gran crisis democrática, de una crisis que no se terminaba de terminar pero que en el reflejo resiliente y la evocación fundacional que emanan de ambas canciones, intuía esa sensación social que metabolizaba frustración en expectativa a tientas, y que en esas ganas condensaba un corte abrupto del relato político vigente.

Detrás de la ida a las urnas del ’89 había una mayoría silenciosa que pugnaba menos por la vuelta romántica del peronismo o la alternancia republicana que por un cambio de orden, es decir, por un Estado político mejor relacionado con la conflictividad social. Esa es la nueva democracia que se reclama, y esa esperanza social reverbera (inclusive vista con un sesgo irónico) en ambas canciones inaugurales de García. Me siento mucho mejor tendría un destino bailable estremecedor en los boliches (como el santo y seña festivo bajo el cual las minas “entregaban”) y el Himno Nacional rockero sería la carta de modernización institucional presentada por las maestras de las escuelas privadas progresistas del AMBA en las fiestas patrias, pero la música de García no sería la única expresión estética de ese sentimiento superpuesto de agonía y éxtasis que marca el arranque social de los ’90: la televisión argentina privatizada tendría versiones más naturalistas pero no menos anticipatorias del nuevo clima de alegría defensiva que se moría por nacer.

Breve historia política de la televisión

En la Argentina, la privatización de los canales de televisión funcionó como una especie de caída del Muro de Berlín contra un régimen estatal de manejo de la TV que venía desde 1974. Visto desde 1990, en ese lapso simbólico quedaban asociadas las listas negras del peronismo setentero, la censura del Proceso y la reducción del horario de transmisión por la crisis alfonsinista. En el aspecto endógeno de la producción de ficción, la televisión estatal mantenía un trayecto autónomo, que no coincidió del todo con cada cambio de manos a nivel político: se puede decir que en 1980, con la masificación de la norma alemana PAL-N para la transmisión en color, la pantalla ofrece los primeros indicios narrativos de lo que sería la ficción del orden democrático a través de los géneros combinados de cierta telenovela social (Rosa de lejos, El Rafa), y el unitario dramático (Nosotros y los miedos, Compromiso) que se consolidaría como política cultural del régimen a partir de diciembre de 1983 con ficciones de calidad dirigidas a la clase media, donde lo íntimo y privado se erigía en lo político.

Menem-Dromi

Esta edad dorada de la ficción televisiva se debilita con el Plan Austral y las primeras dificultades de Alfonsín para estabilizar la economía, que coinciden con la escalada de los programas de concursos y premios en el rating a medida que avanza la corrosión del poder adquisitivo (Seis para triunfar, Atrévase a soñar). La entrega de guita se espiraliza con el debut de Hola Susana en 1987: el delivery telefónico de australes desde Ushuaia a La Quiaca y los llorosos “¡gracias Susana!”de los televidentes ganadores anuncian un nuevo fracaso de la movilidad social ascendente, ahora sin fierros ni botas. Con pretensiones asistenciales más básicas, se firma el acuerdo entre Romay y el Partido Socialista para que El Hogar Obrero lleve el simulacro supermercadil a Canal 9 con el histórico Sume y lleve, donde los participantes daban la vida por llenar un chango lleno de productos y ganarle a la inflación.

Menem ve en la televisión una chance socialmente eficaz de testear el consenso neoliberal a la criolla de su programa de gobierno: no era casual que el tacticismo dromista eligiese a los canales de televisión como la primera privatización del menemismo.

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En 1988 la televisión entraría en un limbo: se retrae la ficción local para bajar el gasto público, crecen los enlatados y los programas de entretenimientos ofrecen una relación costos-rating a la medida de una economía de guerra que llevaba la recesión en la sangre. Los cortes de luz del período especial alfonsinista agravan la situación y se pincha la producción televisiva. Con audiencias impacientes y formatos empobrecidos, Menem ve en la televisión una chance socialmente eficaz de testear el consenso neoliberal a la criolla de su programa de gobierno: en esa conjunción meditada de política y poder que fue la “reforma del Estado” no era casual que el tacticismo dromista eligiese a los canales de televisión como la primera privatización del menemismo.

Además de la concentración de negocios y de la expansión crucial de Clarín, la privatización de canal 11 y canal 13 definiría dos modelos productivos distintos para narrar el inicio de la década. Canal 13 privilegiaría la rentabilidad al rating: management neoliberal con mensaje progresista crítico. Telefé se lanza como catch-all channel y a mediados de 1990 desbanca a Canal 9 del tope del rating; desde el liderazgo de audiencia, el canal se concentra en la alta facturación publicitaria para sostener niveles de gasto no tan rentables: en la piel intuitiva de la tradición Yankelevich (clan fundador de la tv peronista en 1951) se forjaba una gestión populista para configurar la descripción de un menemismo pre-político.

Telefé encararía la representación del noventismo social con mayor franqueza que Canal 13, que para competir lanzaba La banda del Golden Rocket sosteniendo la línea blanca de historias amorosas y existenciales para jóvenes de clase media, donde no se habla de guita.

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En mayo de 1990, mientras Clarín-Canal 13 se volcaba al humor político (Tato Bores-Guinzburg-Kanal K-Moser) para galvanizar (desde distintos ángulos, explotando las vertientes más sofisticadas de lo liberal y lo gorila que definieron su predominio sesento-setentista) la adhesión de núcleos cruciales de la clase media y esbozar su posición frente al gobierno, Telefé lanza Amigos son los amigos, la primera ficción de la televisión menemista. Se trata del retorno de la comedia disparatada (que en su origen en los ’50 –las películas de Carlos Schlieper- había servido para narrar la abundancia policlasista del derrame peronista desde una perspectiva más cercana a la epopeya fiestera de Juan Duarte que al sacrificio de Evita) como vehículo picaresco que describe y conjura la pos-crisis. Entre los escombros del Plan Primavera, el Plan BB y el Plan Bonex, se yergue la figura de Carlos Andrés Calvo, un ex militante de la Federación Juvenil Comunista que escapa de la telenovela para acaudillar la interpretación de Carlín Cantoni, un irónico working class hero de la economía en negro que despliega sus rebusques amorosos y laborales por el eje San Cristóbal-Parque Patricios.

Amigos son los amigos: el futuro que no viene, el pasado que se fue

Amigos son los amigos es la primera ficción que saca la foto del estado noventista de las masas: la serie es un tour incesante por la floreciente economía de servicios. El flete, el videoclub, el taller mecánico, el taxi, las promotoras, el delivery de pizza, la cancha de paddle, el pub y la discoteca se organizan como hábitat laboral de la historia y los personajes, pero esa aparente precariedad se contrasta anímicamente a una aspiracionalidad irrenunciable, casi bélica: los jeans Guess, las camisas Motor Oil, la ropa deportiva Ellesse, el Fiat Uno, la Honda enduro sacada en cuotas, Carlín haciéndose pasar por diplomático y adulterando una garantía para alquilar un loft que no puede pagar. Amigos son los amigos cultiva un realismo cómico que se resiste al costumbrismo nostálgico, básicamente porque “el pasado era peor”, y en el caso de que no lo fuere, tampoco ya existía.

Carlos Andrés Calvo, un ex militante de la Federación Juvenil Comunista que escapa de la telenovela para acaudillar la interpretación de Carlín Cantoni, un irónico working class hero de la economía en negro que despliega sus rebusques amorosos y laborales por el eje San Cristóbal-Parque Patricios.

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Ese gesto resalta ya en uno de los primeros programas: Carlín se disfraza de rockero para ir a ver tocar a Pablo Rago a un boliche y no desentonar entre la pendejada. Cuando vuelven a su casa de madrugada, Carlín, todavía excitado, le dice a Pablito que esa noche le hizo acordar a su juventud, y le dice que escuche. Carlín empieza a cantar Doña Laura de Manal (una canción sobre la vida bohemia, una canción sobre los setenta) imitando la voz de Javier Martínez y dando contoneos eléctricos. Pero Pablito no lo escucha y se duerme en el sillón. Cuando Carlín se da cuenta, deja de cantar, se queda duro, agarra una manta y lo tapa a Pablito, y después se va a dormir. En los siguientes capítulos, la obsesión de Pablito es conseguir un productor que  los banque y les garpe por tocar, pegarla como sea y salvarse.

La hegemonía de Telefé: hacia un menemismo social de base

En el plano político, Amigos son los amigos se encargaría de documentar, a través del compañero Carlos Olivieri (director integral del programa) que en 1990-91 ese menemismo social y pedalero que describía la serie (la marca estética de Telefé en su batalla con Canal 13) todavía no era un menemismo político. Casi al pasar, la ambientación de exteriores en el sur de la ciudad sería una decisión pragmática (la ubicación del canal) con resultados políticos muy elocuentes. Detrás de cada levante callejero de Carlín se podía ver un paredón encalado de azul y blanco con pintadas grossistas de apoyo a Menem, pero también las que mandaba a pintar Ubaldini con la leyenda “el peronismo no se privatiza”, y hasta en ciertos planos se atisba alguna unidad básica. Son muchos los exteriores que se filman con ese telón de fondo, blanqueando el contrapunto de un peronismo que todavía no terminaba de declararse hegemónico para la sociedad.

Amigos-son-los-amigos-revista-gente

Además de anticipar esas transiciones, Amigos son los amigos fijó ciertas rupturas: aplicó una caótica y global política musical que quebró el patrón productivo de la ficción argentina, habitualmente vinculado a las composiciones originales de baladas en castellano o música instrumental que ya no tenían ninguna identificación con una apertura tanto económica como cultural. Se trataba de un modelo agotado. Para la comedia, significaba además romper con los monopolios compositivos de Mike Ribas, Buddy McCluskey y Oscar Cardozo Ocampo, que remitían a la naftalina estatista de Isabel, los milicos y los radicales.

Amigos son los amigos cultiva un realismo cómico que se resiste al costumbrismo nostálgico, básicamente porque “el pasado era peor”, y en el caso de que no lo fuere, tampoco ya existía.

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Amigos son los amigos le daría traducción televisiva a la situación bailable argentina, la mixturaría con algunos clásicos del rock nacional y adoptaría como canción institucional la indestructible mística melódica de Queen a través de un título homónimo a la serie que acompañó en ventas al desarrollo del mercado del cd en el país. La musicalización ofrecía desde los acordes originarios de la inmensa Esperando a Dios de Los Gatos hasta una tecnicatura del pop como Paint de Roxette, pasando por la versión rumbera de All my living de Los Manolos o las canciones de pop melódico para mujeres de clase media baja de INXS, y mientras veíamos como Carlín perseguía a Cris Morena por Plaza Garay escondiéndose atrás de los árboles para ver con qué macho se encontraba, se colaban Pandora´s box o Sailing on the seven seas de Orchestral Manouevres in the Dark y nos hacían percibir cómo las bandas synthpop de los ochenta hacían la transición al tecno-dance para subsistir en el mercado. También sonaba, por supuesto, Me siento mucho mejor, ese canto general de García a su (des)amor democrático.

Resiliencia y dolor que también se reflejaba en la turbulencia fiestera de Calvo. Carlín Cantoni es un reventado herbívoro (la televisión no podía mostrar la laceración social cínica de un personaje de Asís), el hijo de un fletero que convive con un pibe desclasado de 18 años: en la construcción rocosa de esa amistad masculina “socialmente a la baja”, Amigos son los amigos capta la esencia del menemismo social. Ese acierto permite que un programa de ficción, por primera vez en más de una década (“la década estatal”), traspase los 50 puntos de rating.

Risas ácidas en el velorio de la Argentina industrial

Lejos de los grandes discursos políticos que estructuraban la época, las canales privados apostaron a fórmulas más ambiguas, bastante lejanas a lo que después fue la idealización o demonización de la década menemista. En un punto, “respetaron” las exigencias de un mercado altamente representativo. Al menos entre 1990 y 1995, la televisión abierta es el consumo audiovisual de referencia para los argentinos.

En el caso de Amigos son los amigos y Telefé, el giro pícaro-realista que exigía la comedia se expresó en una dualidad narrativa manifiesta: a la euforia de fiestas, minas y timba que comandaba Carlín, se oponía su terrible soledad y falta de progreso; a las vacaciones de Carlín y Pablito en Brasil a caballo del 1 a 1 se las contrasta, cuando vuelven, con la crisis del flete que los obliga a salir a vender pela-papas importados en la calle o comprar un taxi e iniciar el negocio del “taxi desregulado”, un gran chiste sobre la “libre competencia”: Carlín y Pablito bajan la tarifa y suben varios pasajeros por viaje (Amigos son los amigos anticipa el carpooling), hasta que el negocio se corta cuando son atacados por una banda de tacheros sindicalizados; los chistes sobre Obras Sanitarias, Gas del Estado y los teléfonos que no andan se combinan con otros que aluden a los bajos salarios de los jubilados.

en la construcción rocosa de esa amistad masculina “socialmente a la baja”, Amigos son los amigos capta la esencia del menemismo social.

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En una línea optimista pero ambigua, Amigos son los amigos nunca cedería del todo al entusiasmo cavallista (un credo que, a favor o en contra, estaba más arraigado en la política y el establishment que en la sociedad, por lo menos mientras el peronismo menemista estuvo en el poder); más bien desplegaría, en la obsesiva narración de negocios frustrados, transas y estafas, una mirada irónica de nuestro capitalismo moderno. Porque también Amigos son los amigos es una serie sobre la circulación del dinero. Los personajes monologan sobre australes, dólares, pesos, pagarés levantados, cheques voladores: las formas de hacer y conseguir guita en corto plazo o las tretas de Carlín para levantarse una cheta sin que se dé cuenta que era un tirado son referencias compatibles con una clase media suburbana que le ponía el candado a la Argentina industrial y se adaptaba a otro tipo de supervivencia, que el programa se encargaba de mostrar (a tono con la época) más como un desafío plebeyo que como un drama social.

Así, Telefé encararía la representación del noventismo social con mayor franqueza que Canal 13, que para competir lanzaba La banda del Golden Rocket sosteniendo la línea blanca de historias amorosas y existenciales para jóvenes de clase media, donde no se habla de guita porque la fragmentación social no llegó. Desde 1983, Canal 13 había optado estéticamente por la custodia del mundo privado de los hijos de padres profesionales, tanto para blindarlos de la salida de la pos-dictadura (Pelito, Clave de sol) como para alejarlos de las turbulencias económicas de los noventa (La banda del Golden Rocket, Montaña Rusa).

El pacto histórico de Canal 13 con los sectores ABC1 (1960-78) evolucionó a un pacto democrático ampliado ahora con eje en los sectores C2 y goteo al C3 que reflejaba con cierta nitidez la adaptación a las nuevas audiencias empobrecidas pos-’83. La tendencia irrestricta del canal a la rentabilidad iba ligada a un formato de ficción que representara la preservación histórica del “bienestar” de la clase media. Pero las bases de ese bienestar estaban erosionadas para gran parte de la sociedad que ya no se identificaba con “las formas” de esa ficción realista. Canal 13 no tendría la elasticidad de Telefé para incluir el chiste-guiño de coyuntura sociopolítica, o ciertas escenas anticipatorias como las que relacionarían a la clase media con la cumbia: Amigos son los amigos quizás sea la primera ficción que grafique esa incursión cultural, cuando Carlín y Pablito van a una bailanta a instancias de la escultural empleada doméstica correntina que les limpia el loft por horas.

La Convertibilidad reordena la grilla

El ciclo de masas de Amigos son los amigos se terminaría en 1992. Carlos Andrés Calvo daría la vida, casi literalmente, para lograr que el desboque de Carlín fuera la traza anímica que remolcara a la sociedad por el valle de la transición menemista. Quizás ese agradecimiento por “poner el cuerpo” a cuenta de lo que vendría explique la imagen final del programa, con el olé olé olé olé Carlín Carlín que lo ovaciona en la Bombonera mientras se come la boca con Katja Alemann en  la cancha, como resumen de la memorabilia noventista que legó el programa.

Con la estabilización de la economía, la televisión privada viraría de los aventureros a las familias: Telefé ampliaría su hegemonía con la historia del empresario pyme viudo que en vez de casarse con la linda se sacrifica por la nación y se casa con la mucama para recrear la alianza de clases del menemismo en Grande pá!, y Canal 13 innovaría con Son de Diez para ir anticipando al progresismo chic del eje Palermo-Villa Devoto que luego flashearía con la Constitución participativa de la Ciudad escrita por Fernández Meijide, armaría el club de fans de Enrique Olivera y daría su voto frenético a la Alianza hasta el 2001 inclusive. Pero esa es otra historia.

calvo-dicaprio

 

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Comentarios

  1. Tata Tauber

    el 20/10/2018

    excelente escrito, solo le pediria al autor una mirada sobre la expansion de la television por cable que se dio en los 90, y como dicha expansion influyo en la manera de consumir television, sobretodo recuerdo los horarios, consumir television nocturna, quebrar el eje de tener que esperar una semana para ver capitulos,(siendo que los repetian), la irrupcion del canal utilisima, etc. saludos

  2. Colo Lorges

    el 23/10/2018

    Muy buen artículo, muy agudo. Gracias

  3. Agustin

    el 29/10/2018

    Pero que buena nota, realmente hay que tener mucha data y capacidad de conexión en la cabeza para conectar todos los rasgos de una época asi. Qué sea la primera de varias!

  4. charly

    el 09/11/2018

    muy interesante la nota, ojala sigan saliendo estas conecciones

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