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10 de julio 2015

Ramiro Albrieu

CINCO PUNTOS PARA ENTENDER EL DESARROLLO ARGENTINO 2000-2020

Tiempo de lectura: 6 minutos

I. ¿Desarrollo? Estamos en otra.

Los países que lograron desarrollarse aprovecharon “coyunturas críticas”, períodos donde el cambio estructural abre ventanas de oportunidad para mejorar en forma permanente el nivel de vida. Y en la última década hay signos de un aprovechamiento por parte de los países de América del Sur de la coyuntura crítica que representa el crecimiento global guiado por Asia… bla…bla… bla. Todo esto aburre porque en Argentina estamos en otra. Como el niño que se resiste a madurar, otra vez estamos entrampados en un problema de precios relativos: la configuración actual del trío más mentado de la macro argentina pre-1980s (salarios-tarifas-tipo de cambio) es insostenible (de nuevo), y de alguna manera se corregirá en el futuro. La mala noticia es que rara vez esa corrección ocurre gradualmente.

II. El problema de fondo.

No hay nada más elástico que la economía”, le comentó el General Perón a Carlos Ibañez, entonces presidente de Chile, en 1953. Siendo al extremo reduccionistas podemos decir que es ahí donde falló el aprendizaje de las experiencias pasadas; en la repetición por parte de la administración K (sumamos los años de Néstor y los de Cristina) de ese optimismo desmedido. Pongámonos en la mente del policy maker que cree que la voluntad política está por encima de la lógica de la economía. La pregunta genérica que se hace es: ¿Puede ser la economía tan elástica como, digamos, un cuento, una narración, o un relato?

En el caso que nos ocupa, la pregunta precisa es: ¿es posible mantener planchadas las tarifas de los servicios públicos, relativamente estable el tipo de cambio, e incrementar en forma sostenida los salarios a modo de cumplir el relato de “redistribución + mercadointernismo + vivir con lo nuestro = desarrollo”? El mix de políticas salarial, cambiaria y de tarifas apuntó en ese sentido: entre 2003 y 2014 las últimas crecieron un 8% al año, el tipo de cambio un 9% y los salarios un 25%. Al mirar la evolución de la economía argentina, tendríamos tres respuestas a la pregunta sobre la sostenibilidad de ese mix de políticas (ver cuadro siguiente). Un “Puede Ser” para 2003-2007/8; un “Mmmhh” para 2008-2011 y un “Nooo” de ahí en adelante. A lo largo de estos tres períodos bien diferentes -el Período Puede Ser, el Período Mmmhh y el Período Nooo, para resumir- la administración K fue consistente: contestó siempre “Si”.

Ramiro

III. La restricción externa.

Tenemos tres precios nominales (salarios (W), tarifas (T) y tipo de cambio (E)) y por lo tanto dos precios relativos. Comencemos por el de los salarios en relación al tipo de cambio, o W/E, el salario en dólares. ¿Qué mide? mide el poder de compra del trabajo en términos de bienes transables, es decir, de aquellos bienes que se compran y venden en un mercado internacional. Entran en esa categoría muchos bienes industriales (como las compu y los autos) y el turismo (los viajes a Miami!), pero también los alimentos: su precio en pesos depende de las condiciones del mercado internacional (que determina su precio en dólares) y del valor de tipo de cambio. De manera que un W/E alto implicará una alta demanda de este tipo de bienes. ¿Qué pasa con la oferta? Ahí comienzan los problemas, porque el crecimiento de W, si se mantienen estables los márgenes de ganancia, se traduce en un crecimiento en los precios de los bienes que son no transables (casi todos los servicios menos los bienes con precio regulado, como las tarifas públicas T). Un productor de autos o soja enfrenta entonces una suba de sus costos (trabajo, transporte, etc.), pero no puede incrementar su precio porque compite con productores de otros países que venderían más barato. Es lo que está pasando en las economías regionales, pero también por lo que se queja la Unión Industrial Argentina. Entonces, con demanda al alza y oferta a la baja, el resultado es un empeoramiento del resultado comercial: vendemos poco y compramos mucho. Y ahí se suman más compradores de dólares: los que guardan bajo el colchón porque creer que está barato y va a subir en algún momento del futuro cercano. Y todo ello solo puede financiarse con nuevas deudas o caída en las reservas.

La primera respuesta de la administración K fue en general mantener estable al tipo de cambio, dejando que las reservas respondan pasivamente a lo que ocurriera en el mercado. Durante el Período Puede Ser (2003-2008) el boom de términos de intercambio y el crecimiento de Brasil hizo que se vivieran años de fuertes superávit de cuenta corriente y las reservas se duplicaran en relación al PBI. Pero ya en el Período Mmmhh (2008-2011) pegaron la vuelta, cayendo de 14% del PBI a 8% del PBI y mostrando entonces que la dinámica de W/E eventualmente se volvería insostenible por el drenaje de divisas[1]. Entrando al Período Nooo (2011-2014) la economía comenzó a restringir a la voluntad política, y se implantó el “cepo” a la demanda de divisas para que las reservas no caigan tan rápidamente. El tema es que cuando cortás todas las compras externas te llevás puesto al nivel de actividad: la actividad económica se encuentra un 1.5% por debajo del momento de la implementación del cepo, y la industria un 2.5%. La recesión inducida por la restricción externa fue particularmente fuerte (recordemos que veníamos creciendo a tasas por encima del 5% en 2010-2011) debido a que la política salarial siguió siendo expansiva: ceteris paribus, a cada aumento de los salarios le corresponde un nuevo ajuste hacia abajo en las importaciones, y por lo tanto, en el nivel de actividad. Y el ajuste recayó también sobre el relato, que frente a la nueva normalidad de restricción externa y anemia de crecimiento, se recompuso en frases como “Y bueh, es que nosotros no emitimos dólares” o “OK, estamos en recesión, pero evitamos la crisis cambiaria!”.

IV. La restricción fiscal.

El otro precio relativo, T/W, es insostenible pero por otra cosa: por su efecto en las cuentas públicas. La administración K propuso un crecimiento basado en la expansión salarial, al tiempo que implementó una política de regulación del precio de las tarifas de los servicios públicos, en particular en transporte y energía. El acuerdo con las empresas proveedoras se basaba en mantener quietos los precios y el gobierno compensaba toda suba de costos. Con los salarios creciendo por encima del 20%, el pago a las empresas a las empresas subía en consecuencia, y ello a su vez se reflejaba en la evolución del gasto público. En el Período Puede Ser este ítem no alcanzaba el 1% del PBI, en el Período Mmmhh pasó a 2% del PBI, y en Período Noo tocó un techo de 5% del PBI. De nuevo, en el Período Puede Ser el espacio fiscal era amplio y cualquier comentario acerca del peso de los subsidios era tildado de “ajuste noventista”; en el Período Noo prima el déficit fiscal[2] y entonces el relato comenzó a ajustarse a la nueva normalidad de un espacio fiscal reducido, con frases como “vamos a empezar a cortar los subsidios: se acabó la avivada”.

V. Hacia adelante: optimista en el largo, no tanto en el corto.

¿Estamos tan tan mal? Mirado desde lejos, la cosa pinta bastante buena: el nivel de exportaciones es muy alto, como así también la presión impositiva. Esto le da espacio para hacer políticas y aleja las restricciones al crecimiento. Con estrategias más racionales de manejo de la demanda y estímulo del lado de la oferta (como el incentivo la productividad de sector agrícola), podes llegar lejos. Otro punto a favor es que los niveles de deuda –tanto externa como pública- son muy bajos. Como tantas otras veces se dijo, en el largo plazo parecemos condenados al éxito.

En el corto plazo el panorama es más complejo, porque corregir los precios relativos sin que recrudezca la puja distributiva es como que no se corte internet por un mes entero: puede pasar, pero en general no pasa. Nunca. ¿Puede ser la entrada de capitales una solución? Con nuevo endeudamiento es posible financiar un déficit externo mayor, de manera que quizás en el corto plazo podés empezar un salir de la recesión. El problema es que los flujos de capital harán caer a E y entonces el conflicto en vez de resolverse, se agrava y el ajuste se patea hacia delante. Claro que, como ganas tiempo, uno podría ir ajustando los salarios, pero eso tampoco ocurre: ¿Quién quiere ajustar cuando todo va bien? En esa situación, la política dice que procrastinar paga. Si, en cambio, devaluás para bajar W/E, tampoco es sencilla la cosa, como vimos en la primera mitad de 2014: tenés que ver cómo contener los salarios en la próxima paritaria, para que suban pero tranqui: menos que el tipo de cambio. Y si además sincerás las tarifas, entonces corregir los precios relativos te deja por las nubes la tasa de inflación. De ahí, si tuviste éxito, necesitás un plan antiinflacionario que funcione, y recién ahí podes empezar a discutir las “coyunturas críticas” y todo lo demás del desarrollo. Para hablar de desarrollo entonces, faltan algunos años.

* Licenciado en Economía, (UBA). Investigador asociado del Área Economía, Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES). Docente en la Universidad de Buenos Aires en las Areas de Economía y finanzas. Actividades de asesoramiento a diversos organismos internacionales, como la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) o el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

[1] Sólo para interesados I: ¿cuál sería el valor de W/E de equilibrio? La respuesta es compleja, pero una medida sencilla y aproximada es un resultado nulo de cuenta corriente, tipo el registrado en 2010. A la vez, esperaríamos que sea más alto que el valor de equilibrio para los noventa, porque las exportaciones son sensiblemente más altas ahora.

[2] Sólo para interesados II:¿cuál es el nivel de subsidios de equilibrio? Probablemente no exista tal cosa. Sí podemos calcular cuánto debería representar para llevar las cuentas fiscales al equilibrio. En ese caso, habría que reducir a la mitad el gasto en subsidios.

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Comentarios

  1. josemiguelleivaangulo

    el 07/10/2015

    Reblogueó esto en josemiguelleivaanguloy comentado:
    Cinco puntos para entender el desarrollo argentino.

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