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CERCAS, SOLDADO DE LA RECONCILIACIÓN

Tiempo de lectura: 12 minutos

Panamá: En una entrevista te referiste a un concepto que nos llamó la atención: la “política aburrida”. Viendo sus libros uno podría decir que te gusta un presente aburrido, que no moleste, que te deje cómodo para poder dedicarte al pasado. ¿Es posible eso en un mundo, un continente y una España en crisis?

Javier Cercas (se ríe): A mí me gusta la política aburrida. Yo soy partidario del aburrimiento político. Un aburrimiento suizo, o como mínimo escandinavo. Porque eso significa que las cosas funcionan bien. Hay una maldición china que dice “que vivas tiempos interesantes”. O sea, guerras, dictaduras… Lo ideal para mi es una vida pública sin sobresaltos. Lo cual quiere decir que la gente vive bien, que la gente prospera y está a gusto. La intensidad, la lírica, las grandes cosas para mi deberían ser privadas. Yo desconfío de los grandes entusiasmos colectivos. Desconfío enormemente. Para mí, el gran proyecto colectivo es mejorarle la vida de la gente.

Panamá: ¿Cuál sería la base de tu desconfianza?

Javier Cercas: La base es histórica. Es decir, las grandes ilusiones. Yo no creo que la política sirva para hacer a todo el mundo feliz. Creo que la política sirve para dar los medios de tal manera que cada uno busque la felicidad por su cuenta. Y cuando alguien nos quiere imponer la felicidad yo desconfío instantáneamente. Porque tu felicidad es distinta de la mía. Cada uno tiene la suya. Entonces lo que tiene que hacer la política es darnos los instrumentos, pero no decirnos cómo. Desconfío de las ideologías que prometen el paraíso. Porque indefectiblemente llevan al infierno. Porque el paraíso lo buscamos cada uno por nuestra cuenta. Y repito, es diferente el tuyo del mío, porque tú quieres una cosa, yo quiero otra… Y eso, la política nos tiene que dejar espacio para que lo busquemos por nuestra cuenta. Pero si te invade y te dice cómo es el paraíso, el resultado es el infierno. Eso han sido las dictaduras, de uno u otro signo, entonces yo desconfío de la política sentimental y épica totalmente. Eso fue el fascismo. El protagonista de mi novela fue víctima de una de esas intoxicaciones colectivas, que se llamó fascismo. Por eso yo soy partidario de la política prosaica y racional.

Yo no creo que la política sirva para hacer a todo el mundo feliz

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Panamá: Hay algo en la novela de los jóvenes antisistema de los treinta que, a riesgo del paralelismo fácil, hoy en España los jóvenes antisistema se expresarían en el partido Podemos. ¿Sentís un malestar con esa cultura juvenil más antisistémica que hay hoy en tu país?

Javier Cercas: No. Yo creo que Podemos tiene cosas malas y cosas buenas. Y en cualquier caso las malas son responsabilidad de los partidos del sistema. Que no han sabido canalizar las justas reivindicaciones no solo de jóvenes sino también de los viejos. Podemos ha tenido la virtud de capitalizar el descontento con la crisis. Un descontento justo. Y de repente ha aparecido una generación más joven que la mía que eso lo supo gestionar. Pero tienen cosas criticables también. La primera es que no se los puede criticar porque se enfadan mucho. Tienen que entender que no todo lo hacen bien. Tienen esa especie de soberbia que tienen los jóvenes. Vivimos en una época muy paradójica. Por un lado, la memoria es sagrada y por otro lado olvidamos más rápidamente que nunca. Y una cosa es consecuencia de la otra. Porque la memoria no se sacraliza ni se institucionaliza. La memoria es individual. Tú tienes la tuya, yo tengo la mía. No se puede institucionalizar, no se puede confundir con la historia que es colectiva. Pero bueno, la gente se cree que los fascistas tenían cuernos. Pero los fascistas eran la moda del momento. La moda en los años veinte y treinta. La moda intelectual, la moda política y después de la crisis de los años veinte como la crisis de los años 2008/2009 eran creyentes en los líderes carismáticos, creyentes en épica y sentimental. Eran antisistema, eran anticapitalistas. Basta con leer el discurso de José Antonio Primo de Rivera que aparece en el libro para darse cuenta de que eso está vivísimo. Yo desconfío de muchísimas cosas de Podemos y creo que incurren en errores. Pero no solo ellos, mucha gente. Creer que la historia no se repite es un error, la historia se repite siempre. Solo que se repite con máscaras y con ropajes distintos. Y ahora es tan evidente que volvemos a errores de los años treinta, que algunos historiadores se han apresurado a señalar las diferencias. Me parece prudente, me parece bien. Pero me parece temerario no señalar las similitudes, que son enormes. Y es evidente que estos chicos están cometiendo errores muy graves que ya sabemos que eran errores. Parece que estamos intentando todo el tiempo dar la razón a Bernard Shaw que decía “lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia”. Volvemos a repetir una y otra vez los mismos errores. Es increíble porque estás con cosas muy viejas.

Creer que la historia no se repite es un error, la historia se repite siempre

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Panamá: Definís en tu última novela una suerte de “vergüenza” por tu historia familiar ligada al franquismo. Y revisás ese proceso histórico de la guerra civil para encontrar un factor humano que ablande la visión histórica. ¿Hay algo que parece expiatorio en muchas historias que contás?

Javier Cercas: No creo que sea expiatorio. Yo no soy culpable de lo que hicieron mis antepasados, pero cargo con ello. De eso trata este libro. Este libro no trata de la guerra civil, trata de la herencia de la guerra civil y de hecho no trata de la herencia de la guerra civil sino de la herencia de violencia con la que todos cargamos. Cuando digo todos quiero decir todos. Todo el mundo. Y qué hacemos con ello. Entonces yo lo que he querido es averiguar qué hay en esa violencia. Porque si sabes que hay en esa herencia puedes manejarla. Si no sabes lo que hay ella te maneja a ti. Quien no sabe de dónde viene no sabe a dónde va. Y lo que hay que hacer para cargar con esa herencia es entenderla. Entender no significa justificar. Entender significa lo contrario. Darte las armas para no cometer los mismos errores. Entonces de eso trata este libro. Yo detesto a la gente que detesta la palabra reconciliación. Se puede estar en contra de una determinada forma de reconciliación que sea injusta o que sea onerosa para las víctimas. Pero no se puede estar solo contra la palabra reconciliación. Contra la reconciliación están los que no saben lo que es una guerra, los que no han hecho las guerras, o los cobardes. Los que están contra la palabra reconciliación son los que vuelven a armar las guerras. Y en España, como en todas partes hay gente que no quiere la reconciliación, de ningún tipo. Y estos son los que vuelven a armar las guerras. Son los cobardes. Que luego, cuando estallan las guerras dicen que ellos no las querían. Aunque ellos no son responsables, pero lo son. Es mucho más valiente firmar la paz que declarar la guerra. Hace falta mucho más coraje. Y es mil veces preferible una mala paz que una buena guerra. Y la gente que ha hecho la guerra lo sabe. Y respeta a sus enemigos. Esto yo le he visto muchas veces. Quienes no respetan son los que no han hecho las guerras. Esa gente es lo peor. Todo lo contrario de lo que pretendo yo es “edulcorar” el pasado. Lo que intento es entender el pasado. Y entender, lo repito, no significa justificar. Entender significa darse las armas para no repetir los mismos errores. El ministro Valls, ex primer ministro francés. Después de los atentados en Francia, en el teatro Bataclan dijo: “no hay nada que entender, no tenemos que entender a los terroristas, solo hay que combatirlos.” Es un inmenso error si no llegas a entender por qué chavales como Manuel Mena (de menos de 20 años) se inmolan y matan a un montón de personas no puedes combatirlo. Es como si tuviésemos una bomba aquí y nos pusiésemos a gritar: ¡la bomba, la bomba! Tú tienes que ir a la bomba, ver cómo funciona, entender su mecanismo y entonces desactivarla. Para eso sirve la literatura. Para entender. Eso es lo que hacen para mí, los grandes escritores. Nos permiten entender toda la complejidad, pero nos permiten entender también a los oligofrénicos, a los asesinos como Ricardo tercero, a un Raskolnikov, que es capaz de matar a una pobre anciana. Y nos mete ahí adentro. Eso es lo que hace de verdad la literatura. Y hay gente que esto no lo entiende. Son los fanáticos, los fanáticos se ponen muy nerviosos ante la novela por que la novela lo que hace es mostrar que la realidad es siempre más compleja de lo que creemos. Y que dentro de una buena persona puede haber un canalla. Y que dentro de un canalla puede haber un hombre capaz de un gesto noble. Y eso es lo que hace la literatura y los fanáticos no lo entienden. Quieren las cosas claras. “Los buenos son los buenos que son los míos y los malos son los malos que son los tuyos.” Y por eso la literatura siempre va contra el poder, porque el poder lo que quiere es eso. Claridad, “los míos y los tuyos”. Cualquier poder. Y quiere sobretodo controlar el pasado. Es lo primero que hace el poder, siempre. Porque el poder sabe que controlar el pasado es controlar el presente y el futuro. Y contra eso tiene que ir la literatura y yo creo que las personas decentes.

es mil veces preferible una mala paz que una buena guerra

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Cuando España padeció la crisis y la decadencia del pacto de su transición, los indignados y Podemos irrumpieron como una novedad que, paradójicamente, llevaba puestas las joyas teóricas de Sudamérica (Laclau, Evo Morales, Chávez, el peronismo). El impacto de la literatura de Javier Cercas funciona como contracara conservadora de ese fervor: cultor de un presente político quieto, socialdemócrata de alma, se presenta en sus auto-ficciones como el arqueólogo del pasado español, que penetra y trasciende el consenso progresista sobre buenos y malos para encontrar las múltiples razones de una guerra en sus micro-historias. Cercas, desde Anatomía de un instante, pero sobre todo en Soldados de Salamina y en su nueva novela, El Monarca en las sombras, repasa la guerra y la Historia como una trama del cuerpo a cuerpo, una dialéctica de pulsaciones del bajo pueblo en las que es posible hallar racimos de decisiones individuales que incluyen la piedad final entre los hombres. Soldados enemigos que se perdonan la vida recorren como fantasmas la prosa de Cercas. Que busca y encuentra el registro histórico y fechado de esas decisiones, para someterlas a las preguntas de un presente sin cuerpo. Tal vez Cercas cree en una última forma de la justicia encarnada en la reconciliación. Ve niños, inocentes, campesinos pobres y jóvenes soberbios e idealistas, que van a la guerra un poco arrastrados. Incluso su descripción de los falangistas, esos jóvenes peinados a la moda ideológica, roza (y suena forzado) con su visión de la juventud indignada y Podemos. Esa sobre-elaboración del pasado lo acerca al fervor intencionado de muchos lectores en Argentina que esperan de Cercas un método para adentrarse en nuestra historia y descubrir también el factor humano; pero ocurre que ahí tocan el límite histórico del espejo, y se rompe. Esa lectura un poco por derecha lo sitúa como el escritor perfecto del modernizado diario La Nación, el escritor que baja a la Historia para descubrir a los pobres diablos que la hacen y, de paso, quizás, ablandar el consenso duro de buenos y malos que se solidificó. Cercas es un soldado de la reconciliación. Así, bajo esa condición nada inocente, lo leemos, lo gozamos y lo discutimos. ¿Y quién sería nuestro Cercas? ¿Fogwill, Asís? ¿Reato? ¿Caparrós? No tenemos un Cercas, no tendremos un Cercas. Se mantendrá, seguramente en muchos, la ilusión sorda de que exista uno.

Panamá: En tu novela El impostor hay una frase que quedó grabada: “la ficción salva, la realidad mata”.

Javier Cercas: Bueno, eso en el libro tiene un sentido preciso. Y también fuera del libro. “La ficción salva, la realidad mata” tiene un sentido muy concreto. Porque la realidad es brutal. La ficción es necesaria porque la realidad es por un lado insatisfactoria… Eliot dice en un verso: “la especie humana no puede soportar demasiada realidad”. No podemos soportar demasiada realidad, porque la realidad es tremenda. Es durísima y además es insatisfactoria. Queremos más. Queremos vivir más. Estamos insatisfechos con la vida que nos ha tocado vivir. Y por eso necesitamos la ficción. Sin la ficción no podemos vivir. Sin la posibilidad de vivir vidas ajenas, de vivir una vida que no sea la nuestra. De proyectarnos en los otros. Entonces en ese sentido la ficción salva porque nos da esa vida suplementaria de la que carecemos, porque nos ofrece lo que la realidad no nos ofrece… Si te fijas de eso hablan algunas de las más grandes novelas que se han escrito. Madame Bovary, El Quijote obviamente. Es un tipo que se inventa una vida de caballero heroico para sustituir una vida que le estaba matando, que es la vida de un pobre aburrido de una aldea… Pero lo que dice el libro en realidad es que necesitamos la ficción, pero también necesitamos la realidad. No podemos vivir solo con la ficción ni tampoco solo con la realidad, el equilibrio entre ambas es lo que nos hace funcionar.

la ficción salva porque nos da esa vida suplementaria de la que carecemos, porque nos ofrece lo que la realidad no nos ofrece

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Panamá: ¿Y cómo es la decisión de Javier Cercas de insertarse en su propia ficción?

Javier Cercas: Contestaría con una frase de Unamuno que está muy bien: “yo hablo de mí mismo porque es lo que más cerca me pilla”. Yo hablo de mí mismo para hablar de todo y de todos. Me pongo ahí mismo como instrumento narrativo. Hay quien puede pensar que es una forma de narcisismo, pero no es una observación muy inteligente esa. Montaigne abre la modernidad diciendo: “yo mismo soy la materia de mi libro”, y no para de hablar de sí mismo en los ensayos. Pero habla de sí mismo no porque esté encantado de conocerse, habla de sí mismo porque se utiliza a sí mismo para hablar de todo. Entonces cuando Rembrandt se autorretrata obsesivamente, incansablemente una y otra vez, no lo hace porque se considere a sí mismo muy guapo, lo hace porque a través de él está buscando lo humano. Nos está buscando a todos. Pero en cada libro ese uso del “yo” obedece a razones diferentes. No hay dos novelas mías que tengan las mismas reglas y en las que la aparición del “yo” obedezca a las mismas razones. Por ejemplo, en Soldados fue muy sencillo porque me di cuenta a medida que escribía de que aquello era una especie de falsa crónica y que todos los personajes que aparecían eran reales. Y dije: “joder, si todos los personajes son reales, el narrador también tiene que ser real”. ¿Y quién va a ser el narrador en una crónica? Pues yo. Y por eso aparece una vez su nombre nada más al igual que En busca del tiempo perdido. Marcel aparece solo una vez, pues Javier Cercas aparece solamente una vez. Y aparece llevado por la lógica del libro. Para mí, escribir una novela es formular una pregunta compleja de la manera más compleja posible. Eso es escribir una novela. Y como cada pregunta es distinta, la manera de formularla también tiene que ser distinta. Y, por tanto, las reglas del libro tienen que ser distintas. La Historia tiene sus reglas particulares, el periodismo tiene sus reglas particulares y el rasgo tal vez mas extraordinario de la novela es que cada uno se pone sus reglas. Entonces lo que ocurre es que cada novela tiene sus propias reglas. Distintas de cualquier otra. Una novela puede compartir alguna regla. Es como crear un juego con sus reglas. Y el escritor descubre esas reglas a medida que escribe y el lector también las descubre a medida que lee. Y dos libros pueden compartir reglas, pero todas no, porque si dos libros comparten las mismas reglas uno de los dos es malo. Entonces ahí, en Soldados de Salamina, llevado por las reglas del libro, reglas que yo mismo estaba descubriendo dije: “joder este tipo tiene que llamarse Javier Cercas, tiene que ser yo”. O alguien que se parece mucho a mí. Y en La velocidad de la luz es un tipo que se parece a mí, pero no se llama Javier Cercas. En Anatomía de un instante es muy distinto, ese soy yo, pero apenas aparece en el libro. Aparece al principio y al final. Siempre es distinto y en este caso también es distinto. Es un instrumento que yo he encontrado para contar aquello que quiero contar. Y un momento, ese tipo no soy yo exactamente. A veces se parece más a mí, a veces menos. Leila Guerriero acaba de publicar una antología de cosas mías de no ficción. Y el título surge de una frase de Nietzsche que a mí me encanta: “hablar mucho de uno mismo es la mejor forma de ocultarse”. Y el título del libro se llama Formas de ocultarse. Porque ahí descubrí en un momento determinado que el uso del yo tenía muchas más posibilidades que la tercera persona. A lo mejor puedo volver a ello en algún momento, pero descubrí eso, que ahí, podía jugar de muchas maneras, usarlo de muchos modos, que era muy flexible, muy versátil. Insisto, en cada libro es distinto.

La Historia tiene sus reglas particulares, el periodismo tiene sus reglas particulares y el rasgo tal vez mas extraordinario de la novela es que cada uno se pone sus reglas

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Panamá: La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa parece estar presente en varias obras de la literatura iberoamericana contemporánea. De hecho, resulta imposible no pensar en Las leyes de la frontera como una versión de La ciudad y los perros en la España de transición.

Javier Cercas: A mí La ciudad y los perros me parece una de las mejores novelas que se han escrito en español. Y como Vargas Llosa describe la adolescencia es absolutamente magistral. Y sí, yo creo que tiene que ver Las leyes de la frontera con La ciudad y los perros. Ojalá, ¿no? Te diré más, me pidieron un ensayo sobre La ciudad y los perros, libro que he leído muchas veces y volví a leerla mientras escribía Las leyes de la frontera. Yo hago una lectura peculiar de esa novela con la que Vargas Llosa al principio no veía claro y que ahora sí ve claro. Y esa lectura surge de la escritura de mi novela. La escritura de mi novela me llevó a leer esa novela de una manera distinta que Vargas Llosa acepta ahora. Es decir que En la ciudad y los perros hay una ambigüedad central. Que es que no sabemos quién mató al “esclavo” y en Las leyes de la frontera no sabemos quién delató a la banda. Esto es curioso, porque esto significa que los grandes libros están vivos y los puedes leer de una manera o de otra. Las leyes de la frontera es mi novela de la adolescencia, entonces es muy distinta de la Ciudad y los perros, pero ojalá tuviera alguna relación con la visión de la adolescencia que da Vargas Llosa.

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