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31 de agosto 2016

Ezequiel Kopel

BURKINI OR NOT TO BE

Tiempo de lectura: 6 minutos

¿Es posible oponerse a las iniciativas municipales francesas anti-burkini a la vez que desentenderse de los patriarcales códigos de vestimenta religiosos?

Una posible respuesta al interrogante aparece en las palabras de la líder del colectivo Feminista FEMEN en Paris, Inna Shevchenko: “Criticamos todos los códigos religiosos de indumentaria impuestos a las mujeres, sean islámicos, judíos o cristianos. La sociedad no puede considerar al velo, burka o burkini simplemente una vestimenta, ya que ese vestuario es utilizado como bandera de una idea política conservadora”. A pesar de la crítica, Shevchenko se opone terminantemente a la prohibición del burkini, al que considera un intento de vigilancia de la moral. Por otra parte, Margari Hill, ciudadana estadounidense musulmana y co-fundadora la agrupación “Colaboración Antirracista Musulmana” niega que la vestimenta islámica sea una declaración política o un símbolo de ideas fundamentalistas. Para ella, quien va a nadar periódicamente con su burkini en la soleada California, el traje de baño es sólo un atuendo religioso que se basa “en la relación personal con mi Creador”.

La modestia

La creadora del burkini, una australiana de origen libanés llamada Adela Zanetti, no contradice a su compañera de fe norteamericana y reafirma: “(El burkini) es sólo para que una chica sea modesta”. No son palabras inocentes. El Corán, en su sura 24:31, es explícito en relación con el significado de modestia: “Di a las creyentes que bajen la vista con recato; que no deben mostrar su belleza y adornos (los adornos son referencia a las partes del cuerpo femenino), excepto lo que aparecen de los mismos; que deben dibujar su khimar (referido a algo que cubra su cabeza) sobre sus pechos y que no exhiban sus adornos sino sólo a sus esposos, sus padres, los padres de su marido, sus hijos, los hijos de sus esposos, sus hermanos, los hijos de sus hermanos y hermanas, de sus mujeres (musulmanas) o de los esclavos -de quienes poseen su mano derecha-, o criados libres de las necesidades físicas, o niños pequeños que no tienen ningún sentido de la vergüenza del sexo”.

Di a las creyentes que bajen la vista con recato

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La palabra es política

El burkini tuvo antes un hermano mayor. Primero, Zanetti inventó el hijood, que es una prenda que amalgama el hijab (el velo islámico más comúnmente usado en la cultura musulmana que sólo cubre el cabello y el cuello) con una capucha hecha de un material adecuado para los deportes terrestres. El hijood quedó mundialmente popularizado en los últimos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, cuando se hizo viral la foto de una atleta egipcia con ese uniforme en un encuentro de voley de playa frente a una contrincante alemana vestida con diminuto bikini. La famosa diseñadora creó el diseño después de ver a su sobrina batallar con su atavío islámico, que llevaba puesto debajo de su uniforme deportivo. El nacimiento del burkini es similar en su concepción: Zanetti leyó un artículo sobre las incomodidades de las mujeres musulmanas para disfrutar del mar y la playa con sus indumentarias religiosas y decidió crear una ropa que no restrinja su movimiento en el agua. Lamentablemente, la palabra que usó Zanetti para nombrar a su flamante creación no fue la más feliz y ayudó a desarrollar su propia controversia: Burkini es la mezcla de burka con bikini. La burka es el código de vestimenta que los talibanes afganos imponen sobre las mujeres de su país y consiste de un enorme velo que cubre todo el cuerpo y piel, sólo con una pequeña malla cuadriculada en los ojos. La burka, así como su hermano niqab, están prohibidos en el ámbito público de Francia desde 2011 pues ambos impiden la identificación de las mujeres que los usan. En una nota de opinión publicada días atrás en el diario inglés The Guardian, la creadora del burkini trató de restarle importancia al nombre escogido, justificando que la palabra burka no significaba nada para ella ya que no aparece en el Corán. Lo que omitió la diseñadora es que la palabra hijab, como se la conoce en la actualidad (cubre cabeza), tampoco aparece en el Corán. El término hijab, que aparece cinco veces en el libro sagrado musulmán nada tiene que ver con la referencia al código de vestimenta actual de las mujeres musulmanas: la palabra hijab se refiere a una partición o telón y se utilizó, literalmente, como la cortina que separaba a los que visitaban la casa de Mahoma de los aposentos de las esposas del “mensajero de Dios”. Tanto en los tiempos pre-islámicos como en el pasado más reciente, la acción siempre sirvió -como recuerda la feminista musulmana Leila Ahmed- “para diferenciar entre las mujeres respetables y las que estaban públicamente disponibles como prostitutas o esclavas”. Asimismo, Zanetti no tuvo ningún reparo en comparar a la policía francesa con los talibanes al sentenciar que ambos son igualmente negativos para las mujeres musulmanas. Sin embargo, su diseño -que deja al descubierto la cara de la mujer y ya ha vendido casi un millón de piezas desde 2008- nunca hubiera podido ser comercializado ni lucido en Afganistán ya que para los talibanes “la cara de una mujer es una fuente de corrupción”.

Burkini es la mezcla de burka con bikini

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Liberté, Egalité, Fraternité

Nicolas Cadene, un investigador del Observatorio para la Laicidad (órgano del Ministerio de Educación francés que aconseja sobre las disposiciones laicas de la Constitución francesa) manifestó en una entrevista publicada en el semanario francés L’Express que el burkini “no es ilegal en las leyes francesas ni daña el orden público”. Cadene afirma que la Corte Suprema francesa -en un dictamen de hace días que permite el uso del burkini– ha reafirmado el principio de que el laicismo no puede ser invocado para prohibir el uso de una prenda en un espacio público si la misma no presenta ninguna amenaza real con respecto a su alteración. El investigador francés también destaca que el día en el que se expidió el máximo tribunal galo fue el 26 de agosto, la misma fecha del 227° aniversario de la Declaración de los Derechos del Hombre, que en su artículo 10 sentencia: “Nadie debe ser descalificado respecto de sus opiniones, incluidas las de su punto de vista religioso, siempre que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley”.

La iniciativa de algunos alcaldes franceses contra el burkini es una respuesta contra los sucesivos ataques terroristas realizados por extremistas islámicos en Francia en los últimos 18 meses. La anterior y publicitada regulación de 2004, que prohibió el uso de símbolos religiosos “ostensibles” en escuelas estatales (como la kipá judía, el turbante sij, crucifijos de gran tamaño o velo islámico) también fue una réplica a la creciente influencia del radicalismo musulmán -junto a una viciosa violencia contra jóvenes mujeres de ese credo- en los suburbios franceses (vale recordar el movimiento Ni putas ni sumisas).  Ambas medidas se basan en un pilar de la República: la laicidad, que pretende mantener la religión fuera de la vida pública y que fue consagrada por ley en 1905 después de una lucha contra la Iglesia Católica.

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Shadi Hamid, un estudioso del islamismo, argumenta que considerar que el burkini es un proyecto político es errado: “Es la forma en que las mujeres con hijab se bañan en las playas. Si una mujer cubre su cabello, no puede llevar traje de baño normal. Asociar el burkini con el extremismo es absurdo: los salafístas (ortodoxos sunitas) están en contra de burkini ya que no creen que las mujeres deban nadar en público. Casi nunca en Medio Oriente hubo una separación entre gobierno y religión y el Islam ha probado ser resiliente a los intentos de secularización”. Giles Kerpel, un renombrado analista del radicalismo islámico argumenta que la medida de los alcaldes “nunca fue una maravilla en términos jurídicos” pero que el miedo junto a la rabia están llevando a los votantes hacia la derecha y “si el electorado siente que somos indulgentes en esto, tendremos a Marine Le Pen como presidente”.

Sociedad y Estado

La prohibición del burkini es una solución equivocada y desproporcionada a un problema genuino. Es equivocada porque está dirigida a las mujeres que ya son víctimas de una intimidación constante por parte de sus familiares varones y su propia comunidad religiosa; es desproporcionada porque desacredita las preocupaciones que han llevado a su creación. Sin embargo, sería inocente sostener que el burkini es algo más que una declaración religiosa de índole personal. Los religiosos musulmanes, como ya ha sucedido con otras religiones, están haciendo valer una norma que harían cumplir a todas las mujeres del mundo si tuvieran el poder para hacerlo: es imposible negar que en muchos barrios europeos los radicales imponen tácitamente códigos de vestimenta sobre las mujeres bajo amenazas de violencia privada. Es cierto que el espacio público es un lugar en constante disputa y Francia lo vive de modo literal, donde las normas liberales sufren bajo el creciente desafío de normas reaccionarias. La prohibición del burkini ha sido una réplica mal elegida para defender los valores liberales pero es imposible disimular que son objeto de impugnación constante por parte de los códigos de vestimenta promovidos por instituciones religiosas, siempre dominadas por hombres. El burkini, aunque creado por una mujer, es una reacción para adaptarse a una imposición masculina religiosa, cultural y política. Y en esta complejidad también están anegadas las normas y regulaciones de los estados para sus sociedades.

La prohibición del burkini es una solución equivocada y desproporcionada a un problema genuino

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