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24 de febrero 2016

Luis Diego Fernández

Doctorando en Filosofía (UNSAM), Licenciado en Filosofía (UBA). Profesor @UTDitella y Freelance Investigador (CIF) - Ensayista

BELLEZA DE LA DEGRADACIÓN

Tiempo de lectura: 6 minutos

“No hay belleza sin fisura”

Georges Bataille, El culpable

 

Jake Malone (Carlton Parker Schurman) se mató a los sesenta y un años saltando del puente Gerald Desmond en Long Beach, California. No eran las ocho de la mañana en la costa oeste de los Estados Unidos de América. La hora exacta de su muerte fue difícil de precisar por los peritos. Fue el 4 de marzo de 2014. Había nacido el 21 de junio de 1952 en Bangor (Maine) y llevó una carrera de dieicinueve años en la industria pornográfica.

Malone fue un director particular en un negocio de bichos raros, sátiros y anomalías. Un refinado autor de ciento tres films. Su actividad como director (1993-2012) verdaderamente explotó en nueve años (2003-2012). Su pico creativo y de mayor sofisticación (2006- 2012) se encuentra en cincuenta y una películas que dirigió –y en algunas de ellas actuó- para Evil Angel Video.

Malone construyó para la compañía de Buttman cuatro series de películas que fueron perfectas: Bitchcraft (que llegó hasta la novena), Fetish Fuck Dolls (hasta la sexta entrega), Fuck Slaves (cinco entregas) y Gang Bang My Face (fueron cinco obras). En los veinticinco films que conforman este corpus se puede percibir la quintaesencia de la cámara maloniana: sus obsesiones, sus toques, su formato, sus regodeos, su perversión alambicada a través de cuerpos hermosos. Efectivamente, Malone fue un pornógrafo. Pero no fue uno más, y todo pornógrafo que se precie de serlo debe contar con un elemento central en su arsenal significante: una musa. El cine de Malone fue exclusivamente femenino. Aunque es un tejido arisco de explicar, la centralidad de su ojo lascivo hacía foco siempre en mujeres con atributos comunes, como si fueran surgidas de una misma matriz epidérmica. Sus musas son flacas, lánguidas, blancuzcas, frías, refinadas, fuertes, dominantes, agresivas e increíblemente bellas. Las más destacadas fueron, a saber: Bobbi Starr, Annette Schwarz, Sasha Grey, Lorelei Lee, Amber Rayne, Velicity Von y Tory Lane. Hay rubias, hay morochas, pero todas se anillan en ese lazo de características previas, como entelequias deseantes ideales para un estilo tan claro.

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¿Cómo es el estilo Malone? Podemos definirlo como “gonzo fetish hardcore”. Las prácticas, siendo foucaultianos, siempre definen mejor esa ficción llamada “identidad” que una falsaria esencia universal vacía; en este caso, la estética maloniana estaba construida a base procedimientos recurrentes: enemas de leche, squirting, penetraciones anales, lesbianismo, orgías masivas (con componentes masculinos afroamericanos y latinos), un twist de sadomasoquismo (que oscilaba de jugueteos a cierta crudeza) y altas dosis de fetichismo engalanado en piezas de ropa de látex, stilettos transparentes grotescos, lencería cabaretera, disfraces como cabezas de caballo, hocicos de cerdo y máscaras de gas.

Malone, que también era músico de rock y fotógrafo, aportaba a sus films una banda de sonido identificable con un riff continuo y una batería downtempo que percutía al son de las penetraciones. Las imágenes, a menudo coloreadas, explotadas, pixeladas, le daban un toque de gótico, de reo, de punkie, de alternativo californiano y de elegancia libertina indispensable en su exhibicionismo solar. La alternancia entre interiores y exteriores también eran un continuo. Gran parte de sus películas estaban filmadas en una amplia y soleada casa sobre las hills del San Fernando Valley. Los cuerpos de la pornstar y los sementales de ocasión solían moverse de sus caminos a su living, de su piscina a una vista panorámica del idilio.

Deseo y poder. Hay en los films de Malone un juego del deseo que siempre nos lleva al poder. El deseo, según Malone, es dominio y lucha, es guerra con el otro o los otros. Un ojo vulgar vería violencia en sus escenas, pero en rigor la violencia en sus películas es un efecto o una consecuencia del deseo en términos de lucha que remite a Sade, Bataille y Foucault. El placer que se desprende de sus montajes demenciales implica cierta erotización del poder. El desprecio, la humillación o la denigración que suele verse en sus primeros planos hacia o desde sus chicas al camarógrafo que es insultado (un recurso típico del cine gonzo) no hace sino erotizar y estetizar más esa guerra. De todos modos, es justo decir que en todos los grandes autores de pornografía hardcore gonzo (Stagliano, Jordan, Siffredi, Belladonna) se repite la violencia como su efecto colateral. Sin embargo, la representación del deseo como lucha es algo propio del cine de Jake Malone. Las musas libertinas de sus películas son locas a la vez que poderosas, su libertinaje es la emergencia de lo otro de la razón, es la irrupción del instinto desbocado que desorganiza la corporalidad, al punto de perder la noción de las jerarquías.

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Michel Foucault señalaba lo siguiente en una de las pocas entrevistas que dio sobre cine (Cinématographe Nº 16, Diciembre 1975 – Enero 1976), a propósito de algunas películas que le interesaban –Saló de Pasolini, El topo de Jodorowsky, La muerte de María Malibrán de Schroeter-: “En ciertos filmes contemporáneos, la manera que se tiene de hacer escapar el cuerpo a sí mismo es de un tipo muy diferente. Justamente se trata de desmantelar esa organicidad: no es ya una lengua, es algo muy distinto que una lengua lo que sale de la boca: no es el órgano de la boca profanado y destinado al placer del otro. Es una cosa ‘innominable’, ‘inutilizable’, fuera de todos los programas del deseo; es el cuerpo que se ha vuelto plástico por el placer: algo que se abre, que se tiende, que palpita, que late, que se destapa”. Esta descripción es factible aplicarla al tratamiento de los cuerpos en el cine de Jake Malone

Un detalle del sesgo autoral de su cine era la aparición de un guante negro detrás de cámara. Guante que toca a sus musas, que introduce su dedo índice en sus anos, guante que golpea sus nalgas con discreción. De eso se trata el gonzo: romper el vidrio del director, hacerlo intervenir sobre la faena. Jake Malone fue un pornógrafo que desarrolló una sofisticada sensibilidad psicológica del sexo hardcore y eso es raro de encontrar en el mercado del deseo mainstream. Tenía la habilidad de captar la belleza de las chicas más hermosas en situaciones extremas y a menudo crudas pero a la vez (o tal vez por eso) siempre representó mujeres fuertes que reiteradamente comandaban la acción sexual sobre hombres u otras mujeres. Las causas del sexo hardcore es algo que los filósofos deberían pensar con seriedad. Es un trabajo que debe hacerse.

Según sus amigos, Malone era un hombre brillante, autodestructivo y envuelto en una adicción a las drogas de larga data. Joey Silvera, director de pornografía trans y compañero en Evil Angel, lo describe como un espíritu sensible y culto. Le había insistido a Jake para que volviera de Tailandia donde estaba radicado desde 2012 probando suerte con un negocio de arreglos y venta de guitarras eléctricas que al parecer no funcionó. Según Joey, Jake era un tipo amoroso con los demás pero duro consigo mismo, algo habitual en solitarios de esta estirpe.

Malone no se casó ni tuvo hijos, tampoco se le conocen relaciones de pareja duraderas. En una entrevista breve que dio para un website de mala muerte definió que uno de los grandes malentendidos sobre las personas que trabajan en la industria condicionada es “que todos están drogados y que a las chicas las coercen para hacer cosas que no quieren”, y luego agregaba “para mi es incomprensible que alguien crea que la libre expresión de la sexualidad forma parte de algún tipo de patología”. Una frase que podría haber pronunciado Thomas Szasz. Finalmente, afirmaba que su cita perfecta sería con “una chica extremadamente cara (pagada por otro), vestida íntegramente en látex, que quiera ser degradada”.

El deseo resulta una fuga o una máquina (huye, destruye o construye, o quizá todo simultáneamente); es complejo su desarmado, por eso los filósofos que lo piensan siempre se lamentan o dan explicaciones, como si fuera un pescado enmantecado que se escurre entre las manos. Será por eso que no dejan de fascinarme las estetizaciones de las prácticas eróticas y los gobiernos (propios o ajenos) de los cuerpos. Aquí tenemos un caso, pero podría ser cualquier otro individuo. El arte de Jake Malone merece ser pensado como aquel libro de Walter, el libertino. Texto anónimo de un inglés del siglo XIX que escribió más de mil páginas narrando su intimidad escandalosa. Ya liberados del escándalo, nos queda el pensamiento llevado al límite.

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